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POR
EDUARDO ARRIAGADA ALJARO
Magíster en Historia Militar y Pensamiento Estratégico (ACAGUE).
Investigador Academia de Historia Militar
La batalla de Tarapacá constituyó uno de los encuentros más importantes, pero también uno de los más complejos, de la Guerra del Pacífico. Su desarrollo táctico suele ser difícil de describir, debido a las diversas incidencias que en él tuvieron lugar: hubo enfrentamientos tanto en el fondo de la quebrada del mismo nombre, como en lo alto de los cerros que la rodean; por otra parte, tuvo dos fases, separadas por un intermedio de tranquilidad, durante el cual los exhaustos sobrevivientes chilenos de la primera de aquellas pudieron entregarse a un pequeño descanso, sin advertir lo que a continuación les ocurriría.
Este hecho de armas es uno de los más gloriosos de la historia militar chilena, pues constituyó una hecatombe para nuestros soldados que tomaron parte en ella: las bajas fueron cuantiosas, pero ellos murieron en forma heroica. Y el legado que dejaron fue extremadamente importante para nuestro país, el cual quedó en posesión de la rica región de Tarapacá, la cual poseía los más importantes depósitos de salitre, junto con la región de Antofagasta. De esta forma, toda la zona salitrera quedaba dentro de la soberanía del Estado de Chile, al cual dio, posteriormente, muchos años de prosperidad económica y material, constituyendo el salitre la gran renta de Chile. Y todo esto fue gracias a los bravos militares chilenos que sacrificaron su vida por el engrandecimiento de su patria.
Como ya se indicó, los muertos y los heridos fueron numerosos y también fueron varios los cuerpos militares chilenos que participaron en este encuentro. Destaca uno en particular, el cual sufrió la mayor proporción de bajas: el Regimiento 2º de Línea. Tanto sus jefes, como sus oficiales, sus suboficiales y sus soldados, protagonizaron un heroico sacrificio que terminó diezmando a la mayor parte de esta unidad.
Tan pronto como terminó esta acción bélica, comenzaron a emitirse los primeros documentos que hicieron referencias a aquella; se trató principalmente de telegramas y partes de guerra, que dieron cuenta de las primeras noticias que llegaron al resto del Ejército de Operaciones del Norte y del país entero:
“La división que atacó a la fuerza enemiga de Tarapacá se componía de 2,300 hombres de las tres armas bajo las órdenes del coronel Arteaga. Según los datos que se tenían, suponíamos que habría de 2 a 3.000 peruanos; pero en realidad había como 6.000. El combate duró 8 horas, habiéndose retirado nuestras tropas, por habérseles agotado las municiones y estar muy fatigadas, a las 6 P.M. La retirada se hizo con todo orden y en presencia de las fuerzas enemigas que no intentaron perseguirnos. Dos horas más tarde principiaron su retirada las tropas peruanas, abandonando la ciudad, los muertos, heridos, ambulancias, i dejándonos dueños de todo, de lo cual se tomó posesión al día siguiente. Individuos de tropa muertos en la jornada, 468; heridos, 186; prisioneros, 56, según noticias no del todo seguras. Total de bajas, 710. Estas cifras pueden sufrir alguna alteración, porque todavía quedan soldados dispersos”. (1)
El mismo General en Jefe del Ejército de Operaciones del Norte, Erasmo Escala, informó al Ministro de Guerra acerca del sacrificio del 2º de Línea y de varios oficiales:
“Los cuerpos que tomaron parte en esta reñida acción han tenido que lamentar sensibles pérdidas en el personal de sus oficiales y tropa, principalmente el regimiento 2º de línea, que por la posición que ocupaba sostuvo lo más recio del ataque, y ha visto desaparecer sus dos jefes y muchos otros oficiales. El primer comandante de este regimiento, teniente coronel don Eleuterio Ramírez, sucumbió en el campo de batalla, que en tantas ocasiones había salvado con gloria para su carrera militar, y conquistándose el alto puesto que ocupaba, rodeado del aprecio y estimación de sus superiores, compañeros y subalternos, que hoy tributan merecido homenaje a sus preclaras virtudes”. (2)
También el General en Jefe mencionó a otros ilustres fallecidos, como también a todos los que cayeron en esta gloriosa jornada:
“El segundo jefe del cuerpo [el 2º de Línea], teniente coronel don Bartolomé Vivar, fue gravemente herido y falleció tres días después en el campamento, legando a sus compañeros de armas un honroso ejemplo que ellos sabrán recordar haciéndose dignos de él. Cayó también en el campo el segundo comandante del batallón Chacabuco, sargento mayor don Polidoro Valdivieso, que con su contracción había logrado granjearse la confianza de sus jefes y del cuerpo a que pertenecía, y que ha sostenido con honra el puesto a que lo habían hecho acreedor su reconocido valor y competencia. Y en la muerte de los nobles jóvenes que con espontánea abnegación han ofrecido su vida en aras de la patria, tiene ella justos motivos de enorgullecerse al contemplar su desprendido y puro patriotismo por sostener la honra de la nación, y por cuyo honor han rendido su vida”.(3)
Por su parte, el jefe de la División de Operaciones sobre Tarapacá, coronel Luis Arteaga, elevó su propio parte el General en Jefe del Ejército de Operaciones del Norte, en el cual dio cuenta de lo cruenta que fue esta acción de guerra, pero también del valor demostrado por los soldados chilenos. Ya para entonces esta efeméride comenzó a ser recordada como una de las más gloriosas de la historia militar de nuestro país:
“No conozco aun las bajas que hemos experimentado; pero por muy considerables que ellas sean, creo que siempre esta acción será considerada como un lustre para nuestro ejército. Ningún soldado abandonó su arma ni dejó de disparar mientras tuvo a su alcance al enemigo, que ha sufrido pérdidas muy considerables. Entre las pérdidas mas dolorosas debo contar la del comandante del 2º de línea, don Eleuterio Ramírez, cuyo paradero aun se ignora; la del segundo comandante, don Bartolomé Vivar, muerto durante la primera parte de la jornada; la del sargento mayor del batallón Chacabuco, don Polidoro Valdivieso, y la de muchos valientes y distinguidos oficiales que han rendido su vida en la flor de la edad sosteniendo la gloriosa enseña de nuestra patria. Cuando tenga a la mano los partes de los comandantes de cuerpos, comunicaré a V.S. los nombres de todos estos nobles hijos de Chile, así como también los de aquellos que más se han distinguido en esta desigual contienda.” (4)
El mismo coronel Arteaga, en otro parte expedido días después del anterior, indicó cifras más exactas de bajas dentro del contingente chileno que peleó en esta batalla:
“Según cálculos, el enemigo perdió en esa jornada 800 hombres muertos, 178 heridos que se encontraron en la ambulancia y casas del pueblo, sin tomar en cuenta los que se haya llevado consigo, calculado en 300. De jefes y oficiales muertos o heridos del enemigo, se hace subir el número a 66. […] Por nuestra parte, hemos sufrido también pérdidas de consideración, pero inferiores a las del enemigo, y son las siguientes: 3 jefes y 18 oficiales muertos, y 21 oficiales heridos. Individuos de tropa hemos tenido, muertos, 525; heridos, 191, y 16 desaparecidos. Estas cifras no son rigorosamente exactas, porque casi día por día se presentan algunos individuos de tropa a quienes se creía muertos o prisioneros del enemigo.” (5)
A continuación, el mismo coronel Arteaga dio cuenta de las bajas de cada cuerpo integrante de la división chilena. Se destacan aquellas relativas al 2º de Línea, que fueron las siguientes:
“Jefes y oficiales muertos._ Tenientes coroneles: comandante del regimiento, don Eleuterio Ramírez y segundo jefe, don Bartolomé Vivar. Capitanes ayudantes; don Diego Garfias Fierro, don Ignacio Silva y don José Antonio Garretón. Teniente, don Jorge Cotton Williams. Subtenientes: don Telésforo Guajardo, don Belisario López, don Clodomiro Bascuñán, don Telésforo Barahona, don José Tobías Morales y don Francisco 2º Moreno. Oficiales heridos._ Capitanes: don Bernardo Necochea, don Emilio Larraín y don Abel Garretón. Subtenientes: don Víctor Errázuriz, don Pedro Párraga, don Manuel Larraín, don Ricardo Bascuñán, don Enrique Tagle Castro, don Emilio Herrera, don Manuel Luis Olmedo y don Domingo Jofré. Tropa._ Muertos, 334, y heridos, 69.” (6)
En cuanto al parte que el comandante subrogante del Regimiento 2º de Línea elevó al jefe de la división chilena, Luis Arteaga, se aprecian en este documento los sentimientos de los sobrevivientes de Tarapacá respecto de sus compañeros que perdieron la vida en dicha acción de guerra:
“En este desigual ataque perecieron jefes y varios oficiales de los nuestros, viéndose los sobrevivientes en la terrible situación de buscar la retirada por en medio de las filas enemigas, forzando estas y abriéndose paso a espada y bayoneta. Con pena participo a V.S. que el regimiento 2º he tenido el profundo sentimiento de perder en el combate de que he hecho mención a su querido y distinguido primer jefe, comandante don Eleuterio Ramírez, y al no menos apreciable teniente coronel don Bartolomé Vivar, cuyos jefes, siempre al frente de su tropa y animándola con la voz y con el ejemplo, pelearon con un valor y heroísmo dignos de los mayores elogios. Asímismo todos los sobrevivientes de este regimiento lamentamos en alto grado la muerte de los dignos y valientes oficiales cuyos nombres encontrará V.S. en la nómina que tengo el honor de adjuntarle por separado.” (7)
Mas adelante, el mismo remitente agregó:
“En cuanto a los que tuvieron la suerte de salvar de este terrible y sangriento combate, me es muy grato expresar a V.S. que todos ellos, oficiales y tropa, se han comportado tan dignamente como cabe a todo buen chileno amante de su querida patria, pues el valor, arrojo y entereza desplegados en la pelea, no pueden sino merecer el mas grande y justo encomio de mi parte, como creo lo merecerán de V.S., que siempre ha sabido distinguir el valor y el heroísmo.” (8)
El Diario Oficial publicó en su editorial la biografía y la hoja de servicios de Eleuterio Ramírez, en las cuales describió su vida militar y sus virtudes castrenses. Acerca de su desempeño en la batalla de Tarapacá señaló:
“Todos los informes trasmitidos del teatro de la guerra están conformes en presentar a Ramírez al frente de sus dignos subalternos, rivalizando con ellos en serenidad, en ímpetu y en resistencia. Herido una primera vez, desoyó esta advertencia de la muerte y con ella los afectuosos ruegos de sus oficiales, que le suplicaban que se retirase del campo, siquiera en busca de una primera cura. La naturaleza de Ramírez era demasiado caballeresca y heroica para ceder el puesto del peligro a la primera sangre. Apenas fue posible que aceptara una venda a la ligera en el herido brazo y atando a este las riendas con que gobernaba su caballo y empuñando con el otro la espada, lanzóse a lo más recio del peligro y a lo mas nutrido del fuego a probar que, como de Josías de Rantzau, también podía decirse de él que solo cuidaba de conservar enteros el corazón y el honor. Esta visión sublime del soldado que se desangre combatiendo, fue la última que alentó y regocijó solemnemente a los oficiales y soldados de su glorioso regimiento. Luego en la confusa brega de aquel combate, en que las olas del valor chileno no conocían lo que traían o lo que llevaban en su terrible flujo y reflujo, nadie supo a ciencia cierta como rindió su vida el valeroso Ramírez, si bien hay quienes presumen y aun aseguran que el enemigo se deshonró una vez mas irrespetando en aquel la bravura del veterano y la jerarquía del jefe, como se dice que profanó en Urriola las gracias de la juventud realzadas por el heroísmo.” (9)
Como ya se afirmó, el sacrificio de estos nobles y heroicos hombres de armas chilenos significó para nuestro país la posesión de la rica región de Tarapacá. Tan pronto como esta última dejó de ser teatro de guerra, se fue reanudando la actividad salitrera, con lo cual nuestro país pudo financiar el esfuerzo de guerra que tuvo que desplegar para poder ganar este conflicto. Y todo esto gracias al papel desempeñado por todos estos hombres.
¡Qué hubiera sido del desenlace de la Guerra del Pacífico para nuestro país si no hubiera sido por el rol que cumplieron todos estos jefes, oficiales, suboficiales y soldados que combatieron con valentía, ofrendando su vida en favor del triunfo y del engrandecimiento de Chile!
NOTAS AL PIE:
1. Telegrama; Iquique, 5 de diciembre de 1879; por Rafael Sotomayor; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, página 185.
2. Parte; Campamento de Santa Catalina, 5 de diciembre de 1879; de Erasmo Escala para el Ministro de Guerra; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, página 187.
3. Parte; Campamento de Santa Catalina, 5 de diciembre de 1879; de Erasmo Escala para el Ministro de Guerra; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, página 187.
4. Parte; Campamento de Santa Catalina, 29 de noviembre de 1879; de Luis Arteaga para el General en Jefe; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, página 188.
5. Parte; Campamento de Santa Catalina, 4 de diciembre de 1879; de Luis Arteaga para el General en Jefe; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, páginas 188 y 189.
6. Parte; Campamento de Santa Catalina, 4 de diciembre de 1879; de Luis Arteaga para el General en Jefe; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, página 189.
7. Parte; de Liborio Echanes para el coronel Luis Arteaga; Santa Catalina, 1º de diciembre de 1879; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, página 190.
8. Parte; de Liborio Echanes para el coronel Luis Arteaga; Santa Catalina, 1º de diciembre de 1879; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, página 190.
9. Editorial del “El Diario Oficial”; contenido en Pascual Ahumada Moreno, Guerra del Pacífico. Tomo II, Valparaíso, Imprenta y Librería Americana, 1885, páginas 217 y 218.