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Por
Camilo Osorio Gálvez
Uno de los tratados más trascendentes sobre el arte militar y uno de los más citados, es sin lugar a dudas el escrito del general chino Sun Tzu titulado “El Arte de la Guerra”, tratado que no solamente se ocupa en ciencias militares sino que también sus máximas se han empleado en el mundo civil como el liderazgo, el coaching y el mundo de los negocios. Este tratado, escrito aproximadamente en el siglo V a.c. en tablillas de madera, en 13 capítulos nos ilustra las bases fundamentales que todo comandante debe conocer para salir victorioso en campaña.
Estudiar el libro de Sun Tzu sin duda ofrece distintas aristas y líneas de trabajo, como por ejemplo el conocimiento del terreno, del adversario, de uno mismo, sobre los castigos y un sinfín de temas que implican un estudio constante y está documentado que este tratado por ejemplo estaba dentro de la biblioteca de cabecera de José de San Martín, quien lo consultaba periódicamente junto a los manuales de Jominí.
Sin embargo, si queremos sintetizar la esencia del pensamiento de Sun Tzu, podemos resumir sus postulados en dos máximas fundamentales que nos van a servir para hacer un estudio de caso sobre la figura del Coronel Manuel Rodríguez Erdoiza. La primera de estas máximas es que el arte de la guerra se basa en el engaño, pues aparenta fuerza cuando estés débil, debilidad cuando estés fuerte; movimiento cuando hay quietud y quietud cuando hay movimiento. Esto significa principalmente que siempre hay que sorprender y despistar al enemigo sobre nuestros movimientos o nuestras reales intenciones al ocupar una posición, lo que veremos más adelante en el ejemplo que vamos a citar de Manuel Rodríguez.
La segunda máxima, más clave aun nos dice que el supremo arte de la guerra consiste en someter al enemigo sin pelear, lo que implica que se debe lograr la victoria solo con el poder disuasivo o por la habilidad del comandante. Esto, que parece lejano y es más bien teórico, lo encontramos en una acción particular que combina la visión de conjunto, el conocimiento del terreno y del adversario; y nos referimos al ataque y asalto de San Fernando, ocurrido a las dos de la madrugada del día domingo 12 de enero de 1817, en que, por el ruido y escándalo producidos por la montonera del líder patriota, se perturbó la tranquilidad de la ciudad y el jefe realista Manuel López de Parga, pensando que era la avanzada del ejército que se preparaba allende los Andes, huyó junto a los 80 defensores, dejando la posición a merced de los patriotas; aunque horas más tarde, al saberse que solo era Rodríguez y un pequeño piquete de hombres, quiso volver para perseguirlo y apresarlo, pero el abogado soldado ya había logrado aprovisionarse y burlar otra vez a los realistas, que tras el sitio de Rancagua de 1814 tuvieron como objetivo primordial darle caza al guerrillero, que ingeniosamente lograba dividir a las tropas enemigas mientras en Mendoza se preparaba el Ejército Libertador liderado por José de San Martín y Bernardo O´Higgins.
El rol de Rodríguez, sumado al esfuerzo de otros agentes que conformaban la red de espionaje que San Martín tenia operando en Chile, le permitía al jefe trasandino conocer la situación de las tropas que se mantenían leales al Rey, pero sin lugar a dudas, la construcción legendaria de la figura de Manuel Rodríguez, cuyo responsable principal es el poeta Pablo Neruda en su canto general, permitió que fuera el más famoso y a la vez el más perseguido por las autoridades de la época, pues su habilidad militar está dotada de ingenio y fortuna, pues, como veremos en el relato del ataque a San Fernando de 1817, aparte de la sagacidad que lo caracterizaba, vemos también una gran puesta en escena que causa justamente que los defensores se asusten y decidan abandonar la posición.
Para la época, no era misterio para las autoridades realistas que tras la cordillera se preparaba una fuerza cuyo objetivo sería la invasión de Chile, lo que no se sabía, era el punto por donde este ejército iba a entrar al país, por lo que Casimiro Marcó del Pont dispone a sus escasos soldados en tres puntos primordiales, que eran los lugares por donde se creía que el enemigo haría su incursión; así entonces queda una división protegiendo desde La Serena hasta Aconcagua al mando de Idelfonso Elorriaga; la división del centro que cubría Santiago principalmente al mando de Rafael Maroto y el sur bajo las órdenes directas del gobernador, y será esta división la que tendrá más acción debido a las correrías de Manuel Rodríguez que además de la lealtad de sus hombres, contaba con el apoyo popular que muchas veces lo auxilió para burlar a las autoridades y evitar su captura, como por ejemplo, cuando pasaba por la localidad de Los Rastrojos en las cercanías de San Vicente de Tagua Tagua, con el apoyo del juez Celis se hizo pasar por un mendigo en estado de ebriedad y se ocultó en el cadalso cuyas ruinas estaban frente a la escuela de la localidad. (ruinas que lamentablemente se destruyeron con el terremoto del 27 de febrero de 2010).
Como dijimos anteriormente, en 1817 se consideraba el cruce de los Andes como inminente, lo que hace que el gobernador trate de reunir a sus tropas, pero como se desconoce el punto de entrada, el ataque a San Fernando a un mes de la batalla decisiva de Chacabuco (que se va a librar el 12 de febrero de ese año) resulta un factor crucial para alterar a la tropa y aumentar su incertidumbre, lo que en parte nos explica la derrota sufrida por los realistas en esa batalla.
Diego Barros Arana, en el tomo X de la Historia General de Chile, nos relata este episodio previo a Chacabuco, en que Manuel Rodríguez, aprovechando el factor sorpresa y la indefensión de la guarnición de San Fernando, comisiona a siete de sus montoneros para que con chuzos, fierros, piedras y lo que encontraran, hicieran rastras de cuero que provocaran el mayor ruido posible para simular el movimiento de artillería; luego, irrumpe en la ciudad a todo galope y dando voces de mando que implicaban el aparente movimiento de una fuerza importante a su cargo, con el ruido y el escándalo producido, despierta y sorprende a la guarnición de 80 defensores, que por temor a ser masacrados, huyen despavoridamente de la ciudad junto a su comandante, el coronel de milicias Manuel López de Parga, que evidentemente no había dispuesto una defensa adecuada para contrarrestar este “ataque”.
Ya en las primeras horas del alba se sabe que el “ataque” de Rodríguez no era más que un blofeo, pues no era más que él y un puñado de hombres, por lo que López de Parga ordena volver rápidamente para capturar al guerrillero, pero ya era tarde, pues este logra aprovisionarse en la ciudad y luego huye con dirección a Melipilla donde realiza una acción similar, alterando y dividiendo a los realistas mientras el resto del Ejército Libertador cruza tranquilamente la cordillera y prepara su incursión por tres puntos con el fin de encerrar a los defensores del Rey que sufrirán la primera gran derrota en los cerros de Chacabuco.
Como conclusión podemos decir que más allá del relato romántico que rodea la figura de Manuel Rodríguez, su habilidad e inteligencia nos permite hacer un estudio de caso en cómo, engañando al enemigo y aprovechar las ventajas a su favor, hace que en este caso, una fuerza eminentemente superior huya por creer que viene una gran división a atacarlos, lo que hemos llamado coloquialmente como puesta en escena, dado que justamente se logra el objetivo de despistar y confundir al enemigo que para ese momento es sorprendido sin una defensa adecuada que le hubiera permitido presentar batalla. Así entonces, este estudio de caso nos sirve para distinguir cualidades y virtudes del liderazgo militar más allá de los modelos arquetípicos que deshumaniza a los héroes y no nos permite dimensionarlos en su humanidad con sus aciertos y errores, por lo que el desafío de un nuevo relato de la Historia Militar es justamente ir más allá de los bronces y estudiar al hombre y a la mujer militar en el tiempo.
Para profundizar, ver:
1. Barros Arana, Diego. Historia General de Chile. Tomo X. Centro de Estudios Diego Barros Arna, Santiago, Chile, 2002.
2. Centro de Liderazgo del Ejército. Manual de Estudios de caso históricos. División Doctrina, Santiago, Chile, 2015.
3. Sun Tzu. El Arte de la Guerra. Ed. Edaf, Buenos Aires, Argentina, 2003.